No ha sido una semana fácil. Los primeros compases de la llamada desescalada han resultado más desconcertantes que todas las semanas de confinamiento puro y duro. Una misma fase – la primera- con dos decretos distintos, a la que se añaden reglamentos o normas con diferentes interpretaciones a la hora de su aplicación, han generado inicialmente un gran desconcierto entre los ciudadanos.

Los desplazamientos entre Territorios y municipios, las reuniones con un máximo de diez personas, la reapertura de terrazas, el mantenimiento de franjas horarias, el regreso a las aulas de parte del alumnado y la preocupación de las haurreskolas han originado, entre otras cuestiones, confusión y descontento.
El hecho de que diferentes miembros del gobierno, desde su portavoz hasta los titulares de los Departamentos de Seguridad, Sanidad y Desarrollo Económico tuvieran que salir con celeridad ante la opinión pública a comienzos de semana para dar explicaciones ha sido la muestra evidente de la necesidad de neutralizar un malestar creciente, antes de que se convirtiera en irritación.
La ansiedad por el reencuentro en las terrazas en el estreno de la nueva fase desbordó las previsiones y sorprendió, incluso, al reducido grupo de hosteleros que decidió abrir sus puertas. Las escenas, aunque fueran minoritarias, saltándose las medidas preventivas despertaron la alarma y los alcaldes de las capitales, entre ellos el de Gasteiz, Gorka Urtaran, apelaron a la intensificación de la vigilancia y las sanciones. Hubo acuse de recibo. Se impuso el sentido el común y se recuperó la tranquilidad. El fin de semana será otra prueba de fuego.
La evolución de los contagios sigue siendo la gran preocupación. El bajo índice de población inmunizada responde a la lógica del confinamiento. El de Alava con un siete por ciento, aún siendo el más alto de Euskadi, está muy lejos del sesenta por ciento considerado como idóneo. El aislamiento es contradictorio, al menos en el corto plazo, con la llamada inmunidad de rebaño. El dato, dicen los expertos, no es ni bueno ni malo sino la confirmación del éxito de una determinada política; la del confinamiento. Y la constatación de una evidencia: seguimos siendo muy vulnerables.
El número de test y sus modelos; los nuevos infectados, el registro de ingresos hospitalarios y los partes de alta, a los que ha sumado la tasa sobre el grado de contagio, ofrecen un baile diario de cifras con interpretaciones diversas que, a veces, inducen a análisis erróneos, cuando no contradictorios.
Llama la atención, por ejemplo, la diferencia existente entre las casi 24.000 personas inmunizadas en Araba, según el estudio de la Universidad de Carlos III, y los 4.000 contagios reales que tiene detectados Osakidetza.

Resulta difícil entender, por otra parte, cómo se puede estar en una terraza consumiendo libremente en cualquier momento, mientras se fragmentan los horarios del paseo o práctica deportiva o, incluso, se mantienen cerrados museos y bibliotecas.
Las dudas generan incertidumbre. La desconfianza es la peor de las mutaciones sociales que puede generar el coronavirus. La información y la transparencia son el mejor antídoto para evitarlo. También hay datos irrefutables que evidencian que se va por el buen camino. Los dos meses de confinamiento han reducido el número de contagios y aminorado la presión en el sistema sanitario. La ciudadanía, además de respetar de forma cívica todas las medidas del estado de alarma y emergencia sanitaria, ha desplegado un sinfín de iniciativas solidarias, dando señales de vida ante la letalidad del virus.
Nadie discute que se ha ganado terreno en la lucha contra la pandemia. Existe, no obstante, el temor al rebrote. El virus sigue entre nosotros. Perderle el respeto sería como perdérnoslo a nosotros mismos, aseguran los expertos. Por encima de las incertidumbres, de las diferencias y de las críticas, tanto de las constructivas como de las endémicas al debate partidista, hay conclusiones inapelables. Mantener los dos metros de distancia, lavarse las manos con frecuencia e incorporar la mascarilla como un elemento indispensable en nuestra indumentaria constituyen el mejor sistema inmunológico, mientras esperamos la llegada de la vacuna. Estamos pagando un coste muy elevado. No nos podemos permitir el lujo de relajarnos. No hay que bajar la guardia.

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